A pesar de que el 9 de mayo de 1950 es una fecha que suele pasar desapercibida, marcó el inicio de la construcción europea. Cinco años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, nuestro continente aún acarreaba las heridas abiertas de los estragos de la “Segunda Guerra de los Treinta años”. El motor del mundo volvía a arrancar, lastrado por una profunda incertidumbre debido a la rivalidad escasamente latente entre los dos bloques. El entonces Primer Ministro belga, Paul-Henri Spaak, recalcó que Europa debía tener la precaución de “no ser cogida por sorpresa por la paz”, por lo que era necesario encontrar una vía innovadora para la reconciliación, y aprender del periodo de entreguerras.
Ese día, el Primer Ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, hizo una declaración pionera anunciando la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (ECSC). En otras palabras, la puesta en común de las materias primas de la economía de la época, la cual estaba en plena reconstrucción. Aparte de sus dimensiones tecnocráticas, esta declaración era sobre todo una prueba de la audacia y el espíritu visionario de los padres fundadores del proyecto europeo. Se atrevieron a allanar un nuevo camino para que cualquier guerra entre los enemigos de ayer fuera “no solo impensable sino materialmente imposible”, así como a crear “bases comunes para el desarrollo económico” y una “poderosa unidad productiva”.
La Declaración Schuman fue también un método ingenioso que permitió, en las décadas posteriores, construir la reunificación económica de los países europeos, así como promover la libertad de sus ciudadanos, respetando su diversidad. Era ambiciosa y subrayaba ante todo la necesidad de los “esfuerzos creativos” frente a los peligros que amenazaban a nuestros países al final de la guerra mundial. Este enfoque pragmático proponía que se tomaran acciones “basadas en un objetivo restringido y decisivo”, para obtener “logros concretos que, primero, crean una solidaridad de facto.”
Setenta y un años después, el mundo ha sufrido, por supuesto, profundos cambios. Siguen existiendo tensiones geopolíticas importantes, aunque variables, entre muchos países continentales. Los datos se han convertido en la materia prima de la economía, como lo eran el carbón y el acero en los años 50. A pesar de que la paz reine dentro de las fronteras de la Unión Europea, las nuevas generaciones se enfrentan, no obstante, a enormes desafíos: la crisis sanitaria, el cambio climático, y los cambios económicos, tecnológicos, y sociales ocasionados por la rápida llegada de la tecnología digital a nuestras vidas.
Los datos, esta nueva materia prima, se crean en compañías y territorio europeo que, en muchas ocasiones, generan valor fuera de Europa, ya que son las grandes corporaciones no europeas las que los almacenan y procesan. La confianza en la prestación de servicios en la nube depende en gran medida de las consideraciones relacionadas con la soberanía de los datos. En este momento, muchas empresas europeas parecen ignorar el hecho de que pueden enfrentarse a impactos negativos derivados de su exposición (en ocasiones difícil de identificar) a leyes extraterritoriales de la UE.
Otro de los retos a los que se enfrenta Europa respecto a la soberanía de sus datos es que los clientes de los Proveedores de Servicios Cloud no tienen capacidad de medir de una forma objetiva, precisa y transparente el nivel de exposición de sus datos a las leyes extraterritoriales no europeas, tanto si se almacenan y procesan en suelo europeo como si no. Esta falta de información transparente y fiable perjudica a la libre elección de los clientes sobre sus datos e impide a los Proveedores de Servicios Cloud europeos, que aportan propuestas soberanas y dedicadas, diferenciarse de sus competidores en un aspecto crucial para organismos que adoptan la nube de hoy y del mañana en Europa.
La falta de información transparente y fiable perjudica a la libre elección de los clientes sobre sus datos
Ante estos nuevos desafíos, la necesidad de respuestas coordinadas y logros conjuntos y concretos, en ámbitos legislativos o reglamentarios aun relativamente inexplorados, y a escala europea, nunca ha sido tan urgente. Sobre todo, si se quieren afrontar los retos del mundo digital de forma conjunta. Una de las posibilidades pasa por almacenar los datos a nivel regional, en centros de datos situados físicamente en la UE y cuyo propietario sea una entidad con sede en la UE, lo que podría generar el nivel de confianza necesario en los servicios de nube certificados para los clientes europeos.
Una de las posibilidades pasa por almacenar los datos a nivel regional, en centros de datos situados físicamente en la UE y cuyo propietario sea una entidad con sede en la UE, lo que podría generar el nivel de confianza necesario en los servicios de nube certificados para los clientes europeos
Como líder alternativo europeo en el sector de la nube y miembro cofundador de la iniciativa GAIA-X, en Scaleway estamos convencidos de que el éxito económico y la soberanía europea del sector digital no se basa en la búsqueda del mínimo común denominador entre los diferentes estados miembros, y buscamos fortalecer el ecosistema digital europeo mediante reglas comunes y federadas relativas a la transparencia, la reversibilidad, la portabilidad y la seguridad. En un momento de profunda transformación económica y política, en el que los líderes de la UE tratan de definir nuevos puntos cardinales para la trayectoria de la UE en las próximas décadas y la aplicación definitiva de la transformación digital, GAIA-X no debe verse como un motor hacia una mayor autonomía estratégica. En su lugar, deberíamos hablar de un instrumento para la mejora de la adopción de soluciones en la nube en Europa, basado en valores, prácticas y normas compartidas por las empresas europeas, tanto por parte de la oferta como de la demanda, así como por los organismos reguladores y los legisladores europeos. Como escribió Jean Monnet, primer presidente de la Alta Autoridad de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, en sus memorias, sigue siendo necesaria “la creación progresiva del interés común más amplio, administrado por las instituciones democráticas a las que se delega la soberanía”. Esta enriquecedora lección de Monnet ha sido una fuente de inspiración para nuestros líderes en las 27 capitales de la Unión Europea y en Bruselas.
Europa necesita reavivar este espíritu pionero en su día a día para alcanzar una reinvención conjunta y regional. En nuestra opinión, es un requisito esencial si queremos conseguir impulsar medidas que estén en consonancia con nuestros valores europeos en materia de gobierno, protección y seguridad de los datos, y establecer nuevas ambiciones en materia de políticas industriales y de competencia, así como de gestión medioambiental y del agua. Estamos convencidos de que una Europa unida puede contribuir de forma decisiva a todas estas cuestiones de base y servir de ejemplo más allá de las fronteras de nuestro continente. En definitiva, esta puede ser nuestra forma de perseguir el horizonte inalcanzable de la construcción europea en la era digital de la nube. Tal y como dijo Jean Monnet, “no estamos haciendo una coalición de estados, sino uniendo a los pueblos”.