Vivimos en la era digital bajo demanda y los dos meses de confinamiento así lo han demostrado. Solo en España, los usuarios consumen el doble de contenidos bajo demanda, superando las cuatro horas diarias. Este hecho unido al crecimiento exponencial del Internet de las Cosas (IoT), que se espera que supere los 75.000 millones de dispositivos conectados en cinco años, revela la necesidad de desplegar una infraestructura capaz de transportar cantidades ingentes de datos. Y, además, hacerlo de la forma más rápida posible, es decir, reduciendo los tiempos de respuesta y resolviendo los problemas de latencia.
Es cierto que el despliegue de la tecnología 5G puede ayudar, ya que los expertos vaticinan que ofrecerá un ratio de transferencia entre 100 y 800 veces superior a las redes actuales. Pero no es suficiente, puesto que para conseguir un tiempo de respuesta prácticamente inmediato como demanda el IoT, es necesario que el procesamiento, el almacenamiento y el análisis de la información se realice en el borde de la red. La llegada de la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil retroalimenta las posibilidades del Internet de la Cosas, multiplicando hasta límites insospechados las oportunidades para que las empresas lancen nuevos servicios y productos. Por tanto, nos encontramos con un escenario que ‘exige’ repensar los centros de datos y transitar de las instalaciones de gran tamaño con miles de filas de servidores a centros de menor tamaño que den servicio a pequeñas poblaciones y que permitan procesar enormes cantidades de datos en el borde de la red. De hecho, se estima que, de cara a 2025, una quinta parte de los datos se procesarán en el extremo.
Desafíos en la transición a centros de datos más pequeños y especializados
Esta migración a centros de datos más pequeños y especializados presenta serios desafíos, entre los que se incluyen quién financiará y orquestará estos centros pasando por la seguridad y el alto consumo energético de este tipo de instalaciones. En esta tesitura, es necesario pensar out-of-the-box para resolver los retos que surgen con una conectividad entre dispositivos sin precedentes y una mayor proliferación de centros de datos.
Es evidente que el salto a la tecnología 5G beneficiará a las empresas de telecomunicaciones, con redes más escalables y versátiles por lo que, parece razonable sugerir que estos actores se involucren en la infraestructura de aplicaciones IoT y de Edge Computing. No obstante, este proyecto es demasiado ambicioso para abordarlo en solitario y, por tanto, se precisa de la colaboración de las entidades públicas y de otras compañías de tecnología para desplegar la infraestructura del ecosistema digital del mañana.
Además, también hay que asumir que esta transformación tiene que producirse de puertas para dentro del centro de datos. Debemos evolucionar la tecnología que reside en su interior, antes de que explote el caudal imparable de información que traerá consigo la combinación del 5G y el Edge Computing. Hablamos de capacidad de almacenamiento optimizada, servidores más rápidos, uso generalizado de cifrado de hardware, compresión más efectiva… Para ello, desde Kingston trabajamos en el desarrollo de unidades SSD diseñadas específicamente para aportar los más altos estándares de calidad, seguridad y velocidad de acceso a los datos.
En definitiva, conseguir que la única limitación en la explosión del 5G y el IoT sea nuestra imaginación para optimizar al máximo el potencial de los centros de datos, que se han convertido en un pilar fundamental para el devenir de las empresas. Sin embargo, en Kingston somos conscientes de que este no es un proceso que deba llevarse a cabo con carácter urgente, sino que para desarrollar una estrategia de implantación de este tipo de tecnología es fundamental analizar el ecosistema informático y las necesidades de cada modelo de negocio, así como los objetivos a alcanzar.