Son muchos los científicos que creen que la mayor parte de las decisiones que los humanos tomamos a diario lo hacemos de forma inconsciente. Y en ese grupo, el de humanos, estamos incluidos todos, da igual gustos, nivel intelectual, hábitos…Se cree que casi el 5% de nuestra función cognitiva se realiza conscientemente, el resto se hace de forma ajena a nuestra voluntad.
Según los últimos estudios, el trabajo de la consciencia se enfoca hacia integrar maneras nuevas de hacer las cosas dentro la parte inconsciente de nuestro cerebro. Un ejemplo claro es el siguiente. Al aprender a conducir, el consciente es el que debe aprender el proceso controlándolo todo. Mirar por los espejos, mirar por el parabrisas, poner el pie en el embrague, meter la marcha, soltar embrague, pisar el acelerador… todo de forma coordinada, puntual y sufriente para que salga a la perfección. Tras algunas clases, se empieza a notar que no se está haciendo nada de manera “consciente” y que el cerebro ha interiorizado, a través de la práctica, su nueva destreza y ahora la desarrolla de una forma más eficiente. Es una de las virtudes de la consciencia que nos ayuda a agregar modos más eficientes de trabajo basados en un criterio más elevado que los instintos más irracionales. Esto es, casi de la misma forma que realiza la dirección dentro de una compañía.
Ahora bien, si el cerebro recibiera información equivocada y decidiera en función de ello, ¿qué pasaría?.
Supongamos que se está en la consulta del doctor. Nos pide que le miremos fijamente y que le describamos que lleva puesto. Un polo corriente, de un verde común, un pantalón de pinzas gris, y zapatos de cordones. Nos quedamos perplejos por la pregunta, muy obvia, pero, nada más, ya que, en nuestro caso, al contrario que en el caso de Javier, puedes ver. Javier, un nombre ficticio inventado por los investigadores, no podía ver y le dio al doctor una descripción precisa de lo que llevaba puesto, eso sí, absolutamente errónea.
Levantando la mano por encima de la cabeza, el médico, que no se había inmutado, le pidió a Javier que describiera el objeto que tenía en la misma. Javier le dijo que tenía un cuaderno, pero el médico no tenía nada en su mano. Javier no estaba mintiendo, creía que decía la verdad, su cerebro era incapaz de darse cuenta de que no veía. Javier creía conscientemente en lo que le dijo al doctor, aunque era un error. Javier estaba equivocado conscientemente.
Se trata del síndrome de Antón, y es un hecho real, no un caso aislado. Y, no sucede sólo con la vista. Existe lo que se denomina anosognosia, o lo que es lo mismo, una falta total de conciencia sobre la propia enfermedad, como el caso del juez Douglas. El juez, tras quedar inválido negaba que no pudiera andar. Cuando los médicos le pedían que les acompañara, él se excusaba de cualquier forma para no ir. Su cerebro no reconocía que, realmente, no pudiera andar, se autoengañaba, estaba creando una visión irreal de la realidad. ¿Cabe imaginar una compañía tomando decisiones basadas en unas percepciones tan equivocadas como éstas? ¿Podríamos imaginar una empresa conscientemente equivocada? Y si es la nuestra…
En el desarrollo de software, ¿importa el precio?
No son pocas las compañías que necesitando integradores de desarrollo de software fijan la toma de sus decisiones conscientes en criterios equivocados, como en el caso de la anosognosia. Están conscientemente equivocadas. Confían en la información que les llega para tomar sus decisiones pero, esta información es errónea de base para la clase de decisiones que quieren adoptar.
Estas empresas a la hora de valorar cuál de sus integradores es el más barato se focalizan, en el precio por hora de esfuerzo de desarrollo de software. Creen que así están bajando el coste, que así su departamento de compras estará feliz y entonarán el grito de victoria ¡La tarifa más baja! ¡Un 20%! ¡Un 30%! Pero no se dan cuenta de que, realmente, la tarifa es lo de menos, ya que necesitan saber cuántas horas conllevará el desarrollo del producto software. Sin poner control a estas horas la tarifa reducida sirve de poco. La Comisión Europea se ha dado cuenta de ello y ha dejado de estar conscientemente equivocada.
Así, la Comisión Europea, rompiendo esa toma de decisiones viciada, ha dado un paso fundamental. Utilizan una medida del producto software (los puntos función) en lugar de utilizar el esfuerzo o la tarifa, para lograr una verdadera gestión consciente y acertada de sus proveedores de desarrollo de software, como si de una piedra Rosetta se tratara. El coste unitario por unidad de producto software sí les está permitiendo saber qué integrador es realmente el más barato o el que mejor relación calidad-coste-productividad les proporciona.
Todo ello corrobora el resultado sobre el Mercado de Desarrollo de Software para 2023 mostrado en el último Informe Quanter en el que muestran que tarifas similares de hora de desarrollo de software pueden conllevar costes unitarios por unidad de producto software absolutamente distintas. O lo que es igual, una tarifa más económica puede enmascarar un coste final del producto muy elevado. La cuestión sería ¿Eres una empresa conscientemente equivocada o has despertado ya de este pernicioso laberinto?