La inteligencia artificial ya no es una tecnología de ciencia ficción. En 1997 se hizo famoso el computador Deep Blue por derrotar al campeón mundial de ajedrez Gary Kaspárov. Años después, en 2011, fue el superordenador Watson el que ganó jugando en el popular programa televisivo Jeopardy y en 2014, Eugene, otro ordenador, superó con éxito el test de Turing haciendo creer a un interrogador que se trataba de un chico de 13 años. Pero más allá de estos hechos históricos y tan conocidos, a día de hoy, la IA está muy presente en nuestras vidas cotidianas, aunque no nos demos cuenta. Robot aspiradora, juegos de ordenador, chatbot y asistentes de voz e incluso smartphones equipados con funciones de habla o reconocimiento facial basados en algoritmos de aprendizaje automático. Eso es IA. La robótica, el machine learing, el big data… y todas aquellos procesos o conocimientos que consigan que las máquinas puedan percibir, comprender, actuar y aprender para ampliar las capacidades humanas.
Sin embargo, su incursión no sólo se ha producido a nivel doméstico: en el ámbito empresarial su empleo continúa creciendo. Ligado a la mejora de la analítica, la eficiencia operativa y la experiencia del cliente, las organizaciones cada vez apuestan más por esta innovación, definiendo soluciones que responden a las necesidades de su negocio. Su popularidad coincide precisamente con una tendencia mayor a utilizar la analítica para mejorar el uso de los datos disponibles y la velocidad y precisión de la toma de decisiones.
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